DULCE ENGAÑO
"Dulce Engaño" (Sweet Deception), curated by Andrea García Casal and sponsored by the City Council of El Puerto de Santa Maria, is a compelling exploration by Cristina Burns into the alluring yet deceptive power of food colorants. These additives make sugary, nutritionally empty products visually irresistible, driving consumption despite their lack of health benefits.
Colorants are often used to enhance the appearance of foods, particularly those high in sugar, which are nutritionally unnecessary. The World Health Organization advises that free sugars should account for no more than 10% of daily caloric intake to maintain health. Yet, the vibrant and unnatural colors found in these products can unconsciously heighten our desire to consume them. Without these vivid hues, candies and other sweets might appear less appealing in their natural, pale state, but the vibrant colors serve as a deceptive tool to make them more tempting.
For instance, consider the unnatural appeal of blue-colored ice cream—a hue rarely found in natural foods. Similarly, it feels odd to try a cake adorned with printed designs, like those that decorate some children's desserts. These decorations, though visually engaging, emphasize the disconnect between the natural appearance of food and the enhanced, artificial appeal created by colorants.
These bright, engaging colors, derived from sources such as insects (cochineal, E120), petroleum (brilliant blue FCF, E133, or azorubine, E122), and minerals (titanium dioxide, E171), manipulate our perceptions. Despite their unsettling origins, often associated with the unappetizing or inedible, these colorants are present in a wide range of foods.
In *Sweet Deception*, Burns presents five artistic series—*Delusional Parasitosis* (2015), *Sugar and Proteins* (2015), *Future Generations* (2018), *Melted* (2018-2020), and *A New Planet* (2020-2024)—each characterized by a vibrant and mixed color palette that captivates the viewer’s eye, creating an unconscious connection with the colorful yet deceptive nature of sweets. The concept of "sweet deception" is central to this exhibition, with the vivid colors inviting viewers to engage with the works slowly and thoughtfully.
Sugar is a recurring theme throughout the exhibition, serving as a focal point for Burns to explore issues related to poor nutrition and challenge perceptions of what is healthy or unhealthy, delicious or repulsive, edible or inedible. Burns intentionally blurs the line between these dichotomies, provoking reflection on our assumptions.The works in the exhibition feature an array of sweets—candies, cakes, and pastries—juxtaposed with unsettling elements like insects. These are not the only subjects; the images also include other animals such as amphibians and reptiles, along with offal, toys, porcelain figurines, metal objects, and rocks. Notably, elements that appear to be food or living beings are often artificial, crafted from plastic.
Burns’ work in "Sweet Deception" is rooted in figurative art, with the exception of the "A New Planet" series and some transitional pieces. This final series, focused on abstract representations of molecules, uses abstract language to depict the microscopic, creating a stark contrast between the micro (molecules) and the macro (planets). Burns imagines a peculiar, science fiction-inspired planetary system where sugar and its negative consequences are the central themes. The exhibition concludes with "Diabetes Mellitus" from the "A New Planet" series, a piece that embodies the disease and serves as a stark reminder of the importance of maintaining a healthy diet. This work highlights the ever-present threat of illness associated with unhealthy eating habits, regardless of how tempting the food might be.
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Curatorial Text :
Dulce engaño: Cristina Burns
Comisaria: Andrea García Casal
Comisaria: Andrea García Casal
Colores saturados y brillantes adornan, de un modo u otro, algunos alimentos de nuestra contemporaneidad. En este contexto, los colorantes son aditivos alimentarios que sirven para hacer a un alimento más atractivo y, por tanto, más apetecible. Sin embargo, tiende a ocurrir que los colorantes más chillones y artificiales tiñen aquellos alimentos que son innecesarios a nivel nutricional, con el propósito de captar nuestra atención y animarnos a consumirlos. Estamos hablando, especialmente, de alimentos con el azúcar como ingrediente principal o cuya presencia es relevante en su composición; es decir, aquellos con un sabor dulce. La Organización Mundial de la Salud recomienda que la ingesta diaria de azúcares libres sea inferior al 5% respecto a la ingesta calórica total, pero nunca debe superar el 10 %. Partiendo de que hay muchos alimentos los cuales contienen azúcar de por sí, por ejemplo, las frutas y algunas verduras, lo más frecuente es superar la cantidad diaria recomendada a través de los azúcares añadidos y de los alimentos conformados esencialmente por azúcar.
Los colorantes, los más extravagantes y antinaturales, suscitan inconscientemente el consumo de las chucherías, tiñendo alimentos que, de por sí no se comerían porque no parecerían atractivos. A priori, no probaríamos con tantas ganas un caramelo o gominola si solo tuviera su color natural, ya que sería blanquecino, pero el color es un artificio, un engaño, para embellecer el producto. Una vez degustado, su sabor potente y empalagoso se hace un hueco importante en nuestro paladar. Es fácil sucumbir al azúcar y más aún al azúcar coloreado intensamente.
Pensando estas cuestiones detenidamente, no resulta normal tomar un helado de color azul, pues el azul se presenta en poquísimos alimentos de forma natural, ni tampoco probar una tarta que tiene estampados impresos en su superficie, por ejemplo, los que decoran algunos postres infantiles. Sin embargo, la apariencia de estos alimentos resulta tan vibrante que nos hace probarlos. Sustancias naturales o artificiales pintan aquellas comidas que más adicción crean; las dulces. Los colorantes provienen de insectos como la cochinilla (ácido carmínico, E120), del petróleo (azul brillante FCF, E133 o la azorrubina, E122) o de minerales (dióxido de titanio, E171, actualmente prohibido en Europa en alimentación, aunque todavía usado en ocasiones de manera fraudulenta). Pese a su origen inesperado o extraño, a veces asociado a lo abyecto y a lo no comestible, los colorantes se ubican en una gran cantidad de alimentos.
Cristina Burns nos muestra cinco series artísticas (Delusional Parasitosis, 2015; Sugar and Proteins, 2015; Future Generations, 2018; Melted, 2018-2020 y A New Planet, 2020-2024), en total veinte imágenes digitales impresas en lienzo, caracterizadas por un colorido mixto y vivo, que apela a la mirada del público, queriendo establecer así un nexo primario, inconsciente, con el colorido de los dulces que tanto nos embelesa. Un recurso, por cierto, habitual en la historia del arte occidental, que nos lleva a la controversia entre la primacía del dibujo o del color, recordando específicamente la disputa entre poussinistas (dibujo) y rubenistas (color), siendo Roger de Piles uno de los teóricos y pintores que apoyaban a Peter Paul Rubens, afirmando que los colores artificiales (los de la pintura) son los más adecuados porque sirven ‘’para engañar a la vista’’, en vez de dar mayor relevancia al dibujo.
De ahí que hablemos de un dulce engaño en esta exposición artística. De un colorido que nos hace enfocarnos en las obras para ir descubriéndolas lentamente. El azúcar, sin duda, es un protagonista palpable y se encuentra en el trasfondo de toda la exposición. La artista lo utiliza como eje temático, aunque a veces está implícito, y juega con el azúcar para investigar acerca de la mala alimentación, pero también sobre aquello que consideramos sano e insano, sabroso y asqueroso, comestible e incomestible, y la fina línea que separa estos elementos de las tres dicotomías, la cual fácilmente se quebranta, uniéndolos. El bodegón es el género artístico (un género artístico se vincula a la pintura, pero por extensión, también a la fotografía, grabado, ilustración digital, etc.) predominante en la exposición, no solamente porque es el que mejor aborda los asuntos relacionados con la alimentación, sino debido a que ha sido el género más devaluado en nuestra historia del arte, una vez el teórico del arte André Félibien lo posicionó como el último en el siglo XVII, por debajo de todos los demás géneros artísticos (a grandes rasgos, la alegoría, la historia, el retrato y el paisaje) y esta tesis se revitalizó desde la vigencia de la Edad Contemporánea. Por tanto, asimismo se quiere rendir homenaje a un género normalmente menos trabajado en la actualidad, más aún al tener que competir con numerosas, diversas y complejas artes visuales.
Regresando al asunto que nos ocupa, las obras de Cristina Burns están principalmente pobladas por dulces de toda clase, ya sean golosinas, pasteles o bollos que comparten espacio con motivos chocantes, haciendo hincapié en los insectos. No son los únicos, pues habitando las imágenes hay otros animales como anfibios y reptiles, al igual que se muestra casquería, juguetes, figuras de porcelana, elementos metálicos, rocas, etc. Cabe señalar que los elementos que parecen alimentos o seres vivos resultan artificios; están hechos de plástico. Las dicotomías entre lo sano y lo insano, lo sabroso y lo asqueroso se cuestionan cuando se menciona el alto contenido de proteínas de los insectos, los cuales están fuera nuestra dieta europea y se confrontan con los dulces, no pudiendo encontrar alternativas aquí que sean tanto deliciosas como saludables, quedándonos en la malnutrición por carencia de opciones plausibles. No obstante, sin saberlo, no somos conscientes de que ingerimos, de un modo sutil, insectos mediante los colorantes, pues sin extraer el pigmento de la cochinilla del carmín, no es posible elaborar el colorante ácido carmínico que tiñe de rojo caramelos, gominolas o postres, entre la infinidad de usos que tiene. Si bien se intenta hacer ver que nos comemos un pigmento, su origen animal y concretamente asociado a los insectos es irrefutable. No está de más saber que el ácido carmínico no es apto para personas veganas debido a esto.Por tanto, se produce un choque entre lo que consideramos alimento y lo que no, pero los insectos sí tienen un consumo establecido desde antiguo en determinadas culturas y amplios continentes como Asia, África y América, exceptuando las zonas de mayor imposición de Occidente, al estilo de Estados Unidos y Canadá. Comer insectos en Occidente y particularmente en Europa no suele resultar una alternativa apetecible, pese a que son saludables. En la Unión Europea se les califica como nuevo alimento y se ha permitido su uso culinario en los últimos años, aunque muy restringido en cuanto a variedad de insectos.
Sin embargo, lo que resulta sano e insano, sabroso y asqueroso, también oscila a lo largo de la historia e incluso varía de unas décadas a otras y de un territorio a otro. Especialmente, la segunda cuestión, puesto que el consumo de casquería, por poner un ejemplo, era más habitual en el pasado, y asimismo no deja de estar más presente en unas zonas parangonándolas con otras. El hígado o las mollejas son ricos en vitamina B12; también un corazón de vaca y la sangre cocida, pero esto no tiene por qué hacerlos alimentos apetecibles. En relación con esto, la obra Renfields Syndrome – Vampirism (serie Delusional Parasitosis, 2015) juega con la noción de vampirismo clínico, pues hay un vaso de cristal repleto de sangre presente en la composición. Al tratarse de compulsión por consumir sangre humana, se habla aquí de una psicopatía. No obstante, la sangre animal puede servirnos de alimento. Finalmente, Burns incluyó referencias explícitas al consumo de cerebro (obra Sugar and Neurons, serie Delusional Parasitosis, 2015),Here’s the continuation of the formatted text:
...marcando un punto de inflexión interesante entre aquello tan saludable como repulsivo. ¿Es mejor comer insectos o vísceras? ¿Tal vez apostemos por los dulces en medio de tan nauseabundos ingredientes?
La dicotomía entre comestible e incomestible, con el trasfondo de lo sano e insano, asimismo resulta palpable en la exposición de Burns. Una persona alimentándose de un plato repleto de piedras y bebiéndose un vaso con clavos y tornillos (obra The Fear of Choking, serie Delusional Parasitosis, 2015) es la máxima expresión de algo que no se puede hacer sin suponer un riesgo letal. No mucho más seguro es comerse muñecos de porcelana (obras de la serie Sugar and Proteins, 2015). Sin embargo, Burns exhibe el caso con la intención, asimismo, de enseñarnos que quizá comer rocas, piezas metálicas o adornos cerámicos no dista tanto de la realidad. Por un lado, debido a que algunos colorantes, mencionando aquí el dióxido de titanio, provienen justamente de minerales (en este caso, la ilmenita), cuestionando la idea de qué tan comestible o no resulta consumir determinados elementos convertidos en alimentos. Por el otro, a causa de que lo considerado saludable o no ha ido cambiando a lo largo de los siglos. En la Edad Moderna se consumió cerámica con la creencia de que tenía beneficios para la salud y para la apariencia estética de las personas, sobre todo las mujeres, debido a la cultura patriarcal. Se trata de la bucarofagia. La bucarofagia consistió en comerse pequeñas piezas de cerámica, en forma de tabletas o de búcaros (de ahí su nombre), pero como la cerámica es un material sólido inorgánico, así que tiene consecuencias nefastas para la salud. Aunque resulte irrisorio, lo mismo que se practicó la bucarofagia el siglo XVII, la alimentación actual, bien se sabe, tiene también sus pros y sus contras. Burns aborda estas cuestiones relacionadas y las visibiliza en algunas de sus obras, pues los trastornos alimentarios le preocupan sobremanera, ya que una persona anoréxica o con tendencia a los atracones de comida siempre tiene una relación ficticia y fatídica con la comida, no real y dichosa. Asimismo, aborda algunos trastornos mentales basados en filias y fobias que enlazan de un modo u otro con el acto de ingerir. Por ejemplo, hay una doble lectura en The Fear of Choking (serie Delusional Parasitosis, 2015), pues significa tener miedo a la asfixia, y le sucede a algunas personas las cuales temen poder atragantarse por consumir determinados alimentos, aunque muchas veces no hay una razón concreta detrás.
Asimismo, en las obras retratísticas que nos ofrece (serie Melted, 2018-2020), las únicas que rompen con la unidad del género del bodegón, muestra rostros alterados, con el aspecto de caramelos derretidos, aludiendo a una visión del yo distorsionada, la cual es fruto, en parte, de una alimentación con un rumbo confuso. Vinculado a esta idea, hay un guiño a René Magritte y su desconcertante pieza El retrato (Bruselas, 1935) en la obra Sunday Desserts (serie Future Generations, 2018) de Cristina Burns, dada la influencia del surrealismo en esta artista.Las distintas series de Cristina Burns para Dulce engaño entroncan con el arte figurativo, exceptuando la serie A New Planet y algunas piezas que se encuentran en la transición hacia esta serie (Melted Candies VI y Alien, serie Melted, 2018-2020; Sweet Entomology, serie Future Generations, 2018). Su pasión por el surrealismo se observa en la mayoría de las piezas expuestas, por lo que no resulta baladí citar esta cuestión. En realidad, lleva a cabo una renovación de dicho movimiento artístico, derivando en un neosurrealismo muy personal, basado más en la crítica de nuestro tiempo, que igualmente enlaza con el Lowbrow art, especialmente al recurrir a imágenes superficialmente agradables por su colorido y forma (análisis preiconográfico), pero que al profundizar nos resultan chocantes y ajenas (análisis iconográfico).
La exposición se cierra con la única serie volcada en la abstracción, dedicada a mostrar moléculas (serie A New Planet, 2020-2024); de ahí que Burns apostara por el lenguaje abstracto para representar lo microscópico. Creando un contraste muy disonante, estas cuatro piezas son de mayor dimensión respecto a las demás de Dulce engaño, puesto que se confronta lo micro (moléculas) con lo macro (planetas). Burns concibe un pequeño y peculiar sistema planetario de ciencia ficción con el azúcar y sus consecuencias negativas como exclusivos componentes. La pieza Alien (serie Melted 2018-2020) es precursora de esta serie: un extraterrestre es el poblador de los planetas dulzones.
Colocando esta serie al fondo de la sala de exposiciones, se pretende crear un ambiente hermético, potenciado por las formas abstractas presentes en las piezas, cuyo significado solo es posible de entender mediante una explicación externa. Además, también se dota a la serie A New Planet de características sacras, al ubicarse al final de la exposición. En este aspecto, hay que vincularla con el arte abstracto de origen musulmán, tan presente en Andalucía y manifestado sobre todo en la arquitectura. El mihrab u hornacina orientado hacia La Meca de las mezquitas es la mejor equivalencia; resulta anicónico. Por otro lado, se trata de un nexo que une la serie artística en particular y la exposición de Burns en general con el patrimonio histórico-artístico del territorio, por ejemplo, el castillo de San Marcos en El Puerto de Santa María, que conserva el mihrab en su interior (con anterioridad a la toma de la ciudad con la consecuente construcción del castillo, había una mezquita sita en el mismo lugar).
En definitiva, A New Planet significa la deriva absoluta de la temática de las demás series, cuyo telón de fondo, si recordamos, siempre es el azúcar. Las tres primeras obras plasman moléculas vinculadas a los glúcidos, particularmente, azúcares (Fructose, Sucrose, Xanthan II, serie A New Planet, 2020-2024), que están pintadas de colores variados y brillantes, pero la última exhibe una imagen abstracta un tanto grotesca e inquietante. Así, Diabetes Mellitus (serie A New Planet, 2020-2024) es la obra que cierra Dulce engaño, encarnando la enfermedad homónima, cuya cromática se oscurece para favorecer su asociación con una cruda realidad, recordando la importancia de llevar una dieta sana, moderando la ingesta de azúcares, pues siempre está la amenaza de lo insano que lleva a la enfermedad, independientemente de que pueda resultar apetitoso (también adictivo) consumir el alimento que desembocará en un posible y peligroso estado morboso (enfermizo).
Texto de Andrea García Casal para Dulce engaño: Cristina Burns